Artículo publicado originariamente en el diario La Comarca de Puertollano
De su voz acogedora y
hospitalaria, salen palabras que se asemejan al algodón dulce. Mantengo una
conversación telefónica con
Cristina García Rodero, la prestigiosa fotógrafa
puertollanense, y lo primero es lo primero. La felicito por el premio “Castellano-manchegos
del mundo” que el gobierno regional le acaba de conceder en la categoría de
artes plásticas (confieso que es la excusa de la que me sirvo para sonsacar,
informativamente hablando, a Cristina) y ella, lejos de atribuirse algún mérito
y demostrando esa humildad de acero que le caracteriza, me hace partícipe “de
la enorme alegría que supone el que te valoren en tu tierra y más al lado de
grandes como Pedro Almodóvar o Rafael Canogar”, como si ella no lo fuera –me
digo para mis adentros-.
Le comunicaron la concesión de
dicho premio, uno más en su brillante trayectoria, mientras estaba en Brasil;
“me paso la vida de acá para allá, apenas veo a los míos” me comenta entre
risas una mujer de mirada incansable, de vida itinerante y artífice de un
bagaje creativo excepcional que le ha valido para obtener, entre otros, el
Premio Nacional de Fotografía en 1996 y ser miembro de la prestigiosa agencia
Magnum Photos. De repente, y como si se le hubiera pasado por alto un dato
crucial, Cristina me dice: “Oye, por favor, refleja que la Federación de
Empresarios de Puertollano también me ha dado otro premio”, de nuevo esa virtud
atenta, ese saber estar que rezuma Cristina.
Descubriendo los nuevos lugares de peregrinación
Con
España Oculta la fotógrafa
reflejó un completísimo compendio en imágenes de las tradiciones populares y
religiosas existentes en el territorio nacional. Si en aquel entonces, las
manifestaciones religiosas y folclóricas fueron su objeto de estudio, en la
actualidad los festivales de música y los eventos multitudinarios con una gran
carga erótica y hedonista son el reclamo creativo para una Cristina cuyos ojos
magnéticos atraen como limaduras de hierro todo lo que allí se ve. Involucrada
hace tiempo en un proyecto denominado “Entre el cielo y la tierra”, que tiene
como finalidad registrar estas nuevas expresiones de la cultura popular,
Cristina pretende plasmar en sus fotografías cómo la diversión, el libre
intercambio en todas sus vertientes o la diversidad se alean tanto en una
dimensión humana como espiritual. Sus ojos que no paran de escrutar y husmear las
aristas del mundo actual han fijado la mirada de Cristina para ofrecer en
imágenes “la celebración del espíritu y del cuerpo”.
Y allí que se plantó en el FIB,
el festival de música internacional que todos los veranos se desarrolla en
Benicàssim y considerado el más representativo de la escena musical. “Son los
lugares actuales de peregrinación” añade Cristina quien en un acertado ejercicio
de reflexión histórica comenta: “si antes acudía miles de personas a un lugar
sagrado ahora el aglutinante es la música”. Camuflada entre los “fibers”,
agazapada en su cámara fotográfica hasta altas horas de la madrugada, Cristina
captó la esencia del FIB reflejando los excesos de una generación que coquetea
con las drogas de diseño y que ha encontrado en la música electrónica un nuevo
vector de comunicación. Y gozó muchísimo en medio de la catarsis colectiva, a
la caza de imágenes que sinteticen el espíritu de este tipo de manifestaciones.
Su trabajo, junto con el de otros compañeros, pudo verse en una exposición
fotográfica que organizó Rafael Doctor, calzadeño y Director del MUSAC de León.
No fue el único festival al que
Cristina acudió; también estuvo en el mítico Love Parade de Berlín y en el
marciano “Burning Man”, un evento “rarísimo” –como ella lo califica- que se
lleva a cabo en pleno desierto de Nevada (EE.UU.). Durante una semana, miles de
personas variopintas participan de un libre intercambio “de todo tipo”.
Precisamente, esa eclosión de
expresiones humanas multiformes y grapadas en la diversidad son las que
cautivan a una Cristina; es el caso de eventos como el Orgullo Gay que pese a
su apariencia plenamente festiva “posee una carga reivindicativa explícita”. En
ediciones anteriores, la fotógrafa ha asistido a la celebración de este día ya
sea en París o Madrid y adelanta que el próximo año viajará a Sao Paulo
(Brasil) donde prevé que asistan unos 3 millones de personas. Un escenario
apetitoso para Cristina que captará los momentos más representativos de ese
multitudinario desfile de personas que se manifiestan para reclamar su derecho
a una opción sexual libre.
Un verano en el polvorín de Georgia
Pero Cristina está condenada a
dejarse llevar por su mirada y si sus ojos fijan la vista en acontecimientos
que requieren de su presencia, no se lo piensa dos veces y deja todo lo que
tenga entre manos. Así sucedió este verano; mientras pasaba unos días de
descanso en una isla griega estalló el conflicto bélico en Georgia, un país muy
vinculado a Cristina ya que en el año 1995 realizó un trabajo sobre la labor
que desempeñaban Médicos Sin Fronteras. “Al enterarme de que Rusia estaba
atacando Georgia, sabía que tenía que estar allí. Es un lugar al que quiero
mucho” me dice la fotógrafa como queriendo encontrar una justificación
musculosa que por sí sola no deje lugar a dudas de hasta qué punto la vertiente
profesional de Cristina está por encima de su vida privada. Ella interpreta su
labor como un compromiso incondicional con la contemporaneidad y cuando el
ejército ruso comenzó a atacar Georgia, Cristina sintió el ataque en sus
propias carnes. Viajó en calidad de periodista de guerra, acreditada por la
agencia Magnum y junto a otros dos fotógrafos, hasta la capital de Osetia del
Sur, región georgiana pero con ínfulas independentistas, y donde se cebó la
ofensiva rusa. Confiesa Cristina que lo pasó bastante mal por los férreos
controles del ejército ruso que en todo momento le decía qué debía fotografiar
y qué no, “los controles eran tremendos” añade. Su relato es espeluznante,
tanto que pone los pelos de punta: “aprendí a querer a Georgia y lo que allí me
encontré fue una ciudad fantasma”. Destrucción, muerte y una atmósfera viciada
de sufrimiento. Eso se encontró Cristina este verano en Georgia.
Convencida del poder que atesora
la imagen para denunciar situaciones, “uno no puede cerrar los ojos a las cosas
que están pasando”. Más razón que un santo tiene Cristina quien no ceja en su
empeño de reflejar en imágenes lo que sucede en este complejo y resquebrajado
mundo actual. “No sólo quiero contar lo excepcional; en mí hay una clara
voluntad de trabajar y una decisión de que esto llegue a la gente. El
conocimiento siempre genera respeto y desbanca a la ignorancia que es una mala
compañía”. Palabras que exudan una verdad que no se presta a cuestionamientos.
Su visión de la situación académica de la fotografía
En sus más de 30 años de bagaje
profesional, Cristina ha compatibilizado sus trabajos fotográficos con su
ejercicio docente, impartiendo clases en la Facultad de Bellas Artes de la
Universidad Complutense de Madrid. Sin embargo, unos problemas de salud en sus
ojos le jugaron una mala pasada y Cristina ha tenido que dejar las clases lo
cual no eclipsa su insaciable curiosidad por seguir descubriendo en imágenes
todo lo que acontece en el mundo.
“La fotografía tiene una gran capacidad de
comunicación” afirma Cristina. Sabe que la sociedad actual es el máximo
exponente de ese fenómeno conocido por cultura de imágenes; a lo largo de este
tiempo, ha calibrado el peso que la fotografía tiene para las generaciones
actuales aunque se muestra desconcertada ante la posibilidad de que todo el
caudal creativo que ella intuye larvado en los jóvenes universitarios se vaya al
traste, “no existen muchas oportunidades para canalizar tanto potencial” deja
entrever. Y aquí hace aparición su vena reivindicativa ya que reclama más
compromiso de las administraciones públicas y así potenciar la formación
fotográfica. Aplaude la próxima puesta en marcha de un Centro de Creación
Audiovisual en Madrid y quiere que esta iniciativa espolee a otras comunidades
“para que haya más sitios donde poder formarse. Se debe ampliar el espectro de
concesión de becas así como hacer lo posible para que el trabajo de los nuevos
fotógrafos sea visible en muestras y exposiciones, pero sobre todo lugares
donde poder estudiar y exhibir”.
Le pregunto acerca de la
situación académica que atraviesa la fotografía en Castilla-La Mancha. Sin
dejar de lado esa diplomacia, como buena libra que es, Cristina hace un rápido
repaso mental de los certámenes, concursos y Escuelas de Arte y Diseño
existentes en nuestra comunidad. Por encima de todo alaba la Facultad de Bellas
Artes ubicada en el campus de Cuenca pero cree necesario que Castilla-La Manca
cuente con una titulación en Ciencias de la Información. Quizás no sabe que en
el catálogo de nuevas titulaciones de la UCLM ya se contempla la próxima
implantación de esta titulación, sólo que Cristina no entiende plazos sino de
creatividad que merece materializarse; “es muy estimulante que en tu tierra
haya espacios formativos suficientes”.
Ya me ha puesto al día esta mujer
pegada a una mirada incansable y eternamente curiosa. Nos despedimos dándonos
las gracias mutuamente y tras colgar me acude el siguiente pensamiento: “Yo, a
Cristina, le daría mis ojos para que me enseñe aquellas cosas que no veo a
simple vista”. Por suerte, están sus fotografías.